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Categoría

Fuente: www.pichilemunews.cl – 17.06.2024
- Un modesto reconocimiento a los artesanos que, por décadas, le han dado identidad a nuestra comuna, como a los nuevos que han surgido tanto locales como residentes.
- Entre ellos, Adolfo Moraga Rodríguez (Talabartero), Filomena González Quinteros (Greda), Eufemia Arias González (Greda), Margarita Soto Retamales (Greda), Gladys Orrego Paredes (Arcilla), Manuel Lizana Pino (Arcilla), los hermanos Solercio, Mario y Héctor Soto Lizana (Arcilla), Marcela Urzúa Vargas (Arcilla), Edulia Pavez Vargas (Arcilla), Alicia Vargas Pavez (Arcilla), Ramón González Barahona y Mónica Ragulín Wodoslawska (Loza), Eugenio González Vargas (Conchitas, joyas, madera policromada), Francisco González Medina (Conchitas), Gladys Weismann Hernández (Conchitas), Karen Covarrubia Bravo (Arcilla), Sebastián y Libertad Carrasco (Alambre), Eduardo Vargas Córdova (Maderas, Conchitas), Fabiola Soto (Maderas, conchitas), Lucía Saavedra Morales (Conchitas, Móviles), Antonio Aliaga (Muebles rústicos), María Cecilia Vargas Sánchez (Conchitas, mosaicos), Christian Vargas Rojas (Tallados en maderas), Carla Carreño Lorca (Móviles), Mabel González Urzúa (Tejidos y Bordados en Lana), Claudia Lizana González (Maderas), entre muchos (as) otros (as).

Aunque el calendario nos recuerda que el Día del Artesano es en el mes de Noviembre, una diversidad de especialidades y que se multiplican de norte a sur y de mar a cordillera nos motiva a recordarlos hoy.
Afortunadamente, la memoria aún no falla, y cuando vi saludos en las redes sociales a algunos artesanos, me afloró casi al instante la imagen de un anciano -después supe que era un artesano- que con singular maestría hacía “cucharas” en madera y, que diariamente llegaba a la Piedra del Pelambre en los veranos, a fabricarlas in situ, valiéndose de su habilidad con unos afilados cuchillos.
Llegaba poco antes de mediodía y se sentaba en la Piedra del Pelambre, junto a su saco lleno de palos en bruto de diferentes medidas. Y, de a poco sin que nadie lo apurara, iba dándole forma a esos palos hasta dejar moldeada una pala de madera de diferentes medidas, según el palo que eligiera para tallar. Alrededor de las 6 de la tarde, y habiendo vendido algunas de sus palas, especiales para cocinar y hacer mermeladas, tomaba su saco con sus productos camino a su casa en el sector nor-oriente de la comuna, a unos 7 kilómetros de Pichilemu.
Hablamos de los primeros años de la década del '50. Su nombre de pila, sinceramente lo olvidamos, pero no su apellido: Becerra, familiar de un cochero de la Quebrada del Nuevo Reino, que llegó a ser el primer presidente del Sindicato del Rodado Tracción Animal (que reunía a casi un centenar de cocheros).
Y así, como él, recordamos a las loceras de El Copao habilidosas como ninguna para moldear la greda, saliendo de sus manos fuentes, ollas, cayanas, platos, donde el pastel de choclo queda cocinado con un sabor insuperable, por desgracia todas desaparecidas, quedando por ahí un par de ancianas e hijas de aquellas, pero que ya no se dedican a ese oficio.
Hoy, son las artesanas de Pañul quienes -desde los años '90- mediante la gestión del alcalde Orlando Cornejo Bustamante se contrataron monitores para enseñarles el trabajo de artesanía en arcilla, aprovechando la materia prima del lugar.
Otra artesana que aprendió a trabajar la arcilla, es la pichilemina Karen Covarrubia Bravo y que desde hace ya varios años está radicada en Francia.

Talabartero
Pero, volviendo mucho más atrás, alguien que no puede ser olvidado es don Adolfo Moraga Rodríguez, quien aparte de ser zapatero remendón, era un reputado talabartero, siendo las monturas y los aperos de caballares sus más famosas obras de arte.
Esto último no es una exageración. Muchas veces, cuando llevábamos zapatos para su reparación, nos quedábamos horas, ya conversando o admirando el trabajo que hacía don Adolfo. Muchas veces lo vimos coser cueros y badanas que perfectamente lucían ya terminadas en futres y huasos de la comarca. Y de más allá, llegaban a encargarle esos trabajos ....
Mientras tanto, sus hijos cortaban suelas enteras, o medias suelas, o cosían a mano con lezna, cera e hilo o martillaban en sus rodillas zapatos de varones o de dama.

El Pitio
Uno de los artesanos pichileminos más prolíficos y diversos es Eugenio González Vargas, más conocido como el “Pitio”. Y quizás el más famoso pues no solo era invitado permanente de la Feria Internacional de Artesanía que, cada año, organizaba la Universidad Católica de Chile en el Parque Bustamante.
De nuestra generación, empezó a destacarse en su época escolar con sus dibujos. Y más tarde con sus pinturas en óleo, donde sus telas las hacía -primero- de sacos harineros. Y en sus ratos libres, trabajando en las plantaciones de la Conaf, le pintaba a pedido de los distintos jefes y técnicos que llegaban a trabajar al Área de Pichilemu. Paralelamente, en los veranos trabajaba haciendo figuras en conchitas. Más tarde emigró a Santiago y tomó clases de pintura con la pintora y académica Matilde Pérez para perfeccionar su técnica, ya que era autodidacta.
Asimismo, su espíritu inquieto lo llevó a aprender la orfebrería, donde llegó a exportar joyas y figuras en plata y lapislázuli.
Pero, no fue todo. Tomó cursos en Policromía en Madera, especializándose en imaginaría religiosa, lo cual lo llevó a ser uno de los mejores y valiéndole invitaciones para mostrar su artesanía en el extranjero.
De todo ello, alguna vez lo publicamos en el “Pichilemu”. Más aún, el año 1987, en un aniversario de nuestro periódico, lo celebramos con una Exposición de Pinturas, la que se realizó en los salones del Cuerpo de Bomberos.

Otros rubros
También recordamos artesanas en Tejido a Telar, aunque ya no en su época de producción, como la señora Uberlinda González Pavez, como también a las decenas de artesanas en lana -técnica de Lanigrafía- donde muchas pichileminas aprendieron a realizar hermosas creaciones; y donde finalmente un par de ellas persistieron trabajando y exhibiendo sus artesanías en ferias hasta ahora, como Mabel González Urzúa.
Asimismo, mencionar a Marcela Rivera Arce, una mujer que se reinventa y donde sabemos de las artesanías que realiza, o realizaba, en cuero de pescado, haciendo todo el proceso desde curtirlo para luego confeccionar varios artículos muy apreciados.
Está también Claudia Lizana González quien junto a su esposo Washington Marín, realizan artesanía en maderas, donde sus estrellas son “cabritas”, carros y máquinas a vapor de ferrocarril.
También nos aflora el artesano Sadrac Vargas Rojas, quien se especializó en joyas de metales y piedras preciosas, joyas que -ha pedido- han cruzado océanos y recorrido miles de kilómetros hasta llegar a su destinatario (a).
Varias pichileminas se han especializado en artesanías en conchitas, pero usándolas en mosaicos, creando hermosas obras. Entre otras artesanas, están las hermanas María Cecilia y Carmen Gloria Vargas Sánchez, entre muchas otras.
Igualmente, recordamos que en Pañul hace algunos años varias mujeres -a través de Prodemu- aprendieron todo el proceso de lavado, limpieza, hilar, teñir y tejer lana de oveja, ya en telar, a palillo, crochet, confeccionando diversos productos como ponchos, mantas, entre otros artículos.
Así como hay muchos artesanos (as) pichileminos (as), hay varios que se han radicado en nuestra comuna, aportando y enriqueciendo la oferta hacia visitantes y turistas. Y, por cierto, a todos (as) les saludamos y felicitamos por su talento.

Fotografías: Archivo "pichilemunews"/Facebook artesanos/Internet

Fuente: www.pichilemunews.cl – 01.05.2024
- Desde aquellos “mareros” que deambulaban sacando o extrayendo diversos productos del mar, pasando por los “salineros”, arrieros, los campesinos, ladrilleros, los aguateros, los maestros constructores -carpinteros, albañiles, buzos, boteros, enfierradores, estucadores, los jefes de obras- pescadores, los matarifes (cortadores), las lavanderas, las lecheras, los panificadores, los peones, los cocheros, los peonetas, obreros carrilanos, mecánicos, zapateros, vendedores, cocheros, artesanos, profesores, fotógrafos, mueblistas, oficinistas, obreros, fragüeros, soldadores, gasfíter ….
- En esta ocasión, destacamos algunos detalles que conocimos del maestro constructor, Benjamín Rosales Leiton, con (i).

Podríamos seguir nombrando a muchos otros oficios -desempeñados por hombres y mujeres- pero, creemos que -con ellos- estamos saludando a cada uno en la conmemoración del Día de los Trabajadores.
Como medio de comunicación, los saludamos y relevamos su quehacer, deseando prosperidad, salud y felicidad junto a sus familias.
Junto con ello, en esta ocasión queremos destacar a los maestros constructores -al margen de su especialidad- que alcanzamos a conocer. Y si bien no los vimos a todos trabajar in situ -por estar, a su vez, estudiando- recordamos a unos cuantos que trabajaron en esos rubros de la construcción.
Así aparecen, don Segundo González López, los hermanos Alejandro y Francisco Bozo González, don Ricardo Moreno Moreno, don Augusto Díaz Jorquera, don Benjamín Rosales Leiton, don José Pérez (padre de los hermanos Pérez Llanca), don Efraín Arraño Córdova, Heriberto Pérez, los hermanos Antonio y Rosamel Álvarez Becerra, los hermanos Oscar, Augusto y Aurelio Rojas Vargas, los hermanos Pablo y Jorge Morales Llanca e hijos, Alejandro Galaz González, Rafael Carreño C., Juan Lizana, Gerardo Villar Martínez, Hernán Olivos Vallejos y su padre, Juan González, Marín (padre e hijos), Juan Díaz, Oscar González Becerra y su hijo Roberto, Fernando Vargas, José Puebla Dinamarca, por nombrar solo algunos que están más frescos en la memoria.

Maestro Rosales
Recientemente, después de mucho tiempo, pudimos -tras de intentar vanamente con Patricio- conversar con una de sus hijas, la modista María Loreto para conocer parte de la vida laboral y familiar de su padre.
Llegó casado a Pichilemu, a principios de la década del ’50, con la señora Rebeca Estay Valenzuela, con la cual tuvo 9 hijos: Leonardo Benjamín, Miguel Rafael, Héctor Patricio, Luis Enrique, Elena Patricia, María Loreto, Rebeca Elizabeth y Cecilia del Carmen.
Todos los cuales se desempeñan en diversas actividades, siendo el más conocido -Héctor Patricio- por el rico pan de huevo, y empanadas y otros productos que fabricaban con su familia y, que él vende como trabajador ambulante por más de cuarenta años recorriendo las playas pichileminas.
En efecto, como otros hermanos empezó de niño a vender los productos que -paralelamente a la actividad de su padre- maestro de la construcción-, ayudando a la economía familiar.
María Loreto, con la cual pudimos conversar, nos señalaba que antes de llegar a cuidar la Casa del Bosque -que ha pertenecido a varios propietarios, desde don Agustín Ross en adelante- sus padres estuvieron y, sus primeros hijos, cuidando el Barco mirador (el ex Salón de Té construido por Ross). Posteriormente, estuvieron viviendo en dependencias de la Dirección de Obras Sanitarias, DOS, en Infiernillo, como cuidadores del Estanque de Almacenamiento de Agua. Y, desde ahí, en el año 1959 se fueron como cuidadores de la Casa del Bosque, que -en ese tiempo- pertenecía a don Jorge Drago.
Don Benjamín que había aprendido el oficio de maestro constructor en su comuna de origen, Teno, poco a poco se fue insertando en el mundo laboral de su rubro y, haciéndose conocido por sus trabajos, responsabilidad, siendo reconocido y tomando diversas obras que -sus dueños- le ponían a la cabeza de sus proyectos.
Según recuerda María Loreto, su padre tomó contratos con el municipio (en la Pista Municipal), en la Casa de Socorros (reparaciones y ampliaciones), en la construcción de la casa del Dr. Basilio Sánchez (actuales dependencias del Juzgado de Pichilemu), entre muchas obras en el tiempo.
Junto con ello, no descuido su labor de jefe de familia y tanto hijos e hijas, aprendieron de los valores inculcados por sus padres.
María Loreto nos contó también, que sus últimos años de vida junto a su esposa, los pasaron en Santiago en un período en que ella los cuido en la casa que arrendaba, mientras ella trabajaba en el taller de una tienda de vestuarios.
Su partida fue el 2005 y 2006, de don Benjamín y señora Rebeca, respectivamente.

Fotografías: Familia Rosales Estay/Archivos “Pichilemunews”/YDD.

El “Pedro Urdemales” costino con historias “aquí y en la quebrada del ají” fue el nombre del artículo que publicamos para recordar a un antiguo pichilemino, ya desaparecido, conocido y querido personaje de nuestra comuna.

En efecto, con más historias y cuentos que el mítico personaje de la literatura chilena, contamos sobre su vida de un personaje local, cuyo recuerdo está presente en gran parte de la comunidad pichilemina. Claro, si lo nombramos por su apelativo: Don “Juan Pitío”.

Para conocer de su historia, conversamos con su hijo Carlos, quien nos señaló lo siguiente: Juan Bautista González Rojas nació el 14 de noviembre de 1914 en el sector de Playa Hermosa. Hijo de don David González Tobar y doña Redijunda Rojas, quienes eran de El Copao y Playa Hermosa, respectivamente.

“Mi abuelo era campesino, pero también había aprendido el oficio de albañil. Y también, por mucho tiempo fue arriero, como muchos hombres de ese tiempo. Trabajó en la construcción del Túnel “El Árbol” y, después, fue uno de los obreros que trabajó en la construcción del techo del edificio del hoy ex casino de Pichilemu”.

¿Cuántos hijos tuvo don David?: “Tuvo siete hijos. Cinco mujeres y dos hombres, uno de ellos, mi padre”.

Y ¿de tu abuelo materno que supiste? “Él era Pedro Vargas Martínez, casado con Rosa González y tuvo tres hijos, siendo mi mamá -Eustaquia Vargas González- la menor”.

“Mi madre nos contó que el abuelo Pedro por varios años trabajó en los Baños Tibios de Agustín Ross. Y ya más mayor, fue el encargado del Parque de Palmeras, sus jardines (conocido como el Parque Municipal). Él fue el jardinero oficial por muchos años, hasta el día de muerte”.

Cuéntame de vuestro padre, don Juan: “Mi padre estudió la primaria hasta los diez años. Y de esa edad partió en su vida laboral cuidando animales mientras pastoreaban.
Más tarde, consiguió trabajo en el Hotel Empresa Pichilemu (a partir de su venta en los ‘30, pasó a llamarse Gran Hotel “Ross”). Uno de sus trabajos fue llevar las ropas de cama del Hotel a la lavandería, instalaciones anexas a unas dos cuadras del hotel y cerca del bosque.

Después de un tiempo se independizó y se hizo comerciante. Traía géneros, botones, agujas y todo tipo de encargos para la gente del campo. Salía a caballo con dos canastos con mercaderías a todos lados. También tuvo un boliche en el pueblo donde se vendían licores y otras cosas.

Fue por ahí donde conoció a mi mamá y, después de muchas peripecias logró el permiso para casarse, lo que ocurrió el año 1946”.
¿Cuántos hijos tuvieron?: “De ahí nacieron 9 hijos: Juan Eugenio, María Antonieta, Carlos Ramiro, Vicente Hernán, Luis Ernesto, Dagoberto Andrés, Juan Manuel, María Isabel y David Eduardo (Catunga)”.

¿Siguió con sus actividades de comerciante ambulante?: “No, se dedicó al mar, al campo en la crianza de ovejas en tierras de mis abuelos. Y a arriar con mulas para llevar diversos productos por los fundos de la provincia”.

¿Qué productos se dedicaba a comercializar? “Compraba sal de Cáhuil, cochayuyo, luche y otros productos del mar a los mareros, recolectores de algas.
Y en esos viajes o arreos ¿los hacía solo o acompañado?: “Para esos viajes siempre iba con el abuelo y otros amigos arrieros, como don Tucapel Cabrera (El Tuco), don Alamiro Vargas, don Martiniano Cabrera ... siempre en grupo por los bandidos que también los había por eso lados”.

¿Yo lo conocí haciendo fletes en carretón?: “Sí, pero después se compró una “Cabrita” y trabajó movilizando visitantes y turistas en su coche. O llevando a gente del pueblo que viajaban en el tren. Eso fue durante un tiempo, porque después lo cambió por un Carretón para hacer fletes”.

Me imagino la cantidad de anécdotas en la “Cabrita” o en el Carretón, acotamos. “Muchas muy sabrosas y divertidas ..; se las contaré más tarde si quieres conocerlas …”.

Nota: Para conocer la historia completa, ver artículo en Google, con el nombre: Pichilemu: El “Pedro Urdemales” costino con historias “aquí y en la quebrada del ají”, publicada el 5 de noviembre de 2023.

Llegó el año 1943 a Pichilemu a trabajar buscando su destino, desde la localidad de Convento Viejo. Su padre, un herrero, desde niño le compartió sus conocimientos y él, por su parte, también tenía talento y habilidad.

Primero trabajó en la fragua-taller de don Luis González López ubicada en la calle San Antonio, del sector El Bajo.

Ahí estuvo hasta el año 1959 para instalarse con su taller en la calle Alcalde José María Caro Martínez. Ahí trabajó con otros dos artesanos: don Miguel Tapia "Tapita" y don Agenor López, quienes lo acompañaron en estas labores haciendo mazas y ruedas de maderas para luego colocarle las llantas de fierro que era la tarea del "Maestro Fortunato”.

“La especialidad de mi padre -aparte de puntas, arados, picotas y una serie de herramientas que usaban en el campo- era la construcción de mazas y ruedas de carruajes”, señaló su hija menor, Verónica.

En su primer año en Pichilemu conoció a una muchacha -Raquel López Gaete- a la que, luego de conocerse -con la bendición de sus padres y de la Santa Iglesia- la hace su esposa en el curso de 1944 …..

“El de 36 y ella de 24 …”, nos contó su hija Verónica. Y agregó: “De ese matrimonio nacieron nueve hijos: Hernán, Elena, Nelly, Rosa, Gloria, Hugo, Cecilia, Jorge y yo”.

¿Alcanzaste a conocer de alguna afición, simpatizante de algún Club Deportivo quizás …? “Si. Era simpatizante en esos años del Club Unión Pichilemu, como casi todos los “culateros” lo eran. Me acuerdo de que jugaba a la rayuela y desplegaba su talento junto a don Segundo González, don Lorenzo Lizana y a don Belarmino Bustamante, que terminaron siendo consuegros, padre de nuestro querido cuñado Mario Bustamante QEPD”.

Y de tú señora madre, doña Raquel, ¿qué recuerdas?

“Algo importante, mi madre aparte de los quehaceres de la casa -como muchas mujeres de esos tiempos- hacía pan amasado y él todos los días se levantaba al alba a prender el fuego del horno de barro para cocer el pan. Y luego llevarlo calientito a la mesa de los vecinos. Era muy rico, tanto que tenían entrega en diferentes partes”.

¿Hace mucho tiempo que ellos partieron?

“Mi padre falleció el 27 de enero de 1988 y mi madre le sobrevivió casi 30 años. Ella se fue un 25 de enero de 2018".

Fotografías: Archivos “Pichilemunews”/Familia Silva López

. Nota: Extracto del artículo publicado el 20 de octubre de 2023 en www.pichilemunews.cl

Para conocer la historia completa, buscar en Google: Pichilemu: Como muchos -don Fortunato Silva Pavez (1908-1988)- buscó su destino y lo encontró en la comuna pichilemina

En los albores de la comuna y, antes con mayor razón, en gran medida las personas se movilizaban a pie. Y en menor porcentaje en mulares y caballares. Solo la gente más pudiente tenía carruajes como carretas -tiradas por bueyes- carretones (de menor capacidad de carga y tirados por un caballar- y coches o calesas más livianos para 3 o 4 personas tiradas por un caballar.

Es a principios de 1900 y a medida que el ferrocarril avanzaba hacia la costa pichilemina, personas de otras ciudades establecen servicio de coches de posta (parecidos a las diligencias), que acercaban o llevaban a pasajeros desde y hacia la Estación “punta de rieles”.

Los primeros “cocheros” registrados con servicio de coches, son: Santos Manríquez, Antonio González, Gregorio Cerón, Ajenor González, Gerónimo Urzúa, Florindo Martínez, entre otros, que se van incorporando a esta floreciente y atractiva actividad, sobre todo de los jóvenes que tienen la posibilidad de conocer gentes de otros lugares e interactuar, adquiriendo conocimientos y “más mundo” que cualquiera de sus iguales.

Es así que, generación tras generación, son muchos los pichileminos que crecen con este servicio, y tras formar familia, sus hijos ya -de unos 15 años- se van incorporando y/o relevando a su padre, quien se dedica a otras actividades, como maestros en la construcción, entre otras.

Cabe señalar que, a través del tiempo los coches más sofisticados en comodidad -como las Victorias, tiradas generalmente por dos caballares- éstas se van retirando y crecen los coches de dos ruedas, llamados popularmente las “cabritas” tiradas por un caballar.

El auge de estos coches -de dos y cuatro ruedas- es entre los años ’60 y ’80, donde llegan fácilmente a más de 100 coches, en su mayoría cabritas. Sin embargo, a la fecha debe ser medio centenar, acaso, los coches existentes, en tanto los servicios de Taxi y Taxis Colectivos han experimentado un aumento significativo a partir de los años ’90; donde muchos cocheros se transformaron en “taxistas”.

Como un homenaje a este servicio -que durante los años ’70 y ’80 usamos muy asiduamente para reportear los fines de semana- recordamos a algunos Carretoneros que hacían servicio de transporte de carga, como a Juan Dionisio Rodríguez Arias, Juan González, Hermógenes Vargas Vargas, Alamiro Rojas, los hermanos Oscar y Adán Cornejo González, Luis Morales (padre), Guillermo Pérez (padre), Luis Andrés Lizana Lizana, Humberto Polanco Ortíz, Juan González Rojas, Luis Lizana Vargas, los hermanos Andrés Alejandro y Ángelo Bozo González, Oscar Rojas Vargas, Filomeno Morales y su hijo Eduardo.

Señalar también, que algunos carretoneros derivaron a cocheros, como Alamiro Rojas, Guillermo Pérez, Oscar Rojas Vargas, entre otros.

Igualmente, hay que mencionar que los más antiguos con servicio de coches -aparte de los primeros registrados- está el servicio de la familia Pacheco Arzola, donde trabajaron al menos dos de los hermanos: Manuel y Carlos. Asimismo, nos recordamos de don Florindo Vargas, Ramón Gálvez, Eduardo Cabrera Zúñiga, José Cabrera, Alamiro Vargas Vargas, Desiderio Pavez, Humberto Vargas Cabrera, Antonio Álvarez, Gerardo Villar Martínez, Carlos Bustamante Ormazabal, Gerardo Caroca Tobar, Ramón Cáceres Jorquera, Segundo González, Antonio González, Juan Becerra, Carlos Catalán, Héctor Morales Moraga, Francisco Lizana Abarca, Hernán Muñoz Jorquera, Juan Lizana Galarce, Leoncio Alfredo "Nancho" Bozo Becerra, Yolo González, Luis Alfonso Carreño Lizana, Luis Vargas Ortíz, Manuel Benito Vargas Pérez, Manuel y Alfonso Cortez Cabrera, José Ignacio Cabrera Lizana.

Y por cierto, centenares de otros nombres, todos los cuales fueron parte de una tradición de servicios a la comunidad residente y visitante, actividad que aún persiste pese a la modernidad en el transporte público.